La elastina forma parte del tejido conjuntivo de la piel formando fibras (como si de una red elástica se tratara) con una textura gomosa que mantienen la piel firme y con buen aspecto.

Sabemos que debajo de la epidermis se encuentra la dermis, la cual está formada en un 95% por colágeno, en un 3% de elastina y el resto está constituido por vasos sanguíneos, linfáticos, nervios, glándulas sudoríparas, etc. Una disminución de la elastina provoca arrugas, flacidez, piel seca y frágil, etc.

Aunque la elastina no abunda tanto como el colágeno en la piel, ésta molécula proteica desempeña un papel determinante a la hora de mantener su juventud, sin embargo, al igual que ocurre con el colágeno, su producción se ve reducida con el pasar de los años. Una disminución de ambos: elastina y colágeno están estrechamente relacionados con la vejez. Y al igual que ocurre con el colágeno, también hay factores nutricionales, hormonales y genéticos. Los cambios de peso drásticos alteran y afectan al colágeno y a la elastina, disminuyendo así el soporte estructural del tejido de la piel, por lo tanto, es otro factor a tener en cuenta. Esa es una de las razones por las cuales tras un rápido descenso de peso, se produzca la temida flacidez en diferentes partes del cuerpo.

La piel necesita ayuda para restaurar los niveles de elastina. Cuando la piel recibe un aporte adicional de esta proteína o se estimula la producción de la misma, la apariencia externa del rostro mejora sensiblemente, dando lugar a una piel más elástica y resistente. Es de gran ayuda para prevenir las líneas de expresión y la formación de arrugas, así como rellenar aquellas que son visibles.

 

Los parámetros de elasticidad varían de acuerdo a la zona del cuerpo y a la edad de la persona, dado que a medida que pasan los años, la dermis produce menos elastina y colágeno. De hecho, a partir de los 30 aparecen en la piel los primeros signos de envejecimiento, flaccidez, deshidratación, pigmentación pecosa, arrugas y pérdida de elasticidad.